Pitágoras

Pitágoras fue un matemático griego y una de las primeras figuras de la filosofía cuando esta disciplina daba sus primeros pasos por las costas del Egeo. Pitágoras prohibía a sus discípulos comer carne por creer en la reencarnación. Esta y otras muchas anécdotas que contamos aquí son el fruto de una de las grandes mentes de la antigüedad clásica.

Los orígenes de Pitágoras y su formación

Se sabe a ciencia cierta que Pitágoras nació en la isla de Samos y que vivió un larga vida a caballo entre los siglos VI y V a. C. En esta época, la filosofía daba aún sus primeros pasos siendo una disciplina que había nacido en la ciudad jonia de Mileto. En aquel momento, la filosofía intentaba dar una respuesta racional al origen del mundo que sustituyera a la lectura que se hacía de los mitos.

De ahí que los primeros filósofos fueran también científicos. Lo fueron milesios como Tales o como Anaximandro, y también lo fue Pitágoras. Es más, este desarrolló una sólida matemática como no se había visto antes con elementos que aún hoy siguen vigentes.

Pero antes de llegar a su pleno desarrollo, Pitágoras tuvo que formarse. De estos años no se sabe demasiado a ciencia cierta, ya que no existen escritos que nos cuenten por dónde pasó Pitágoras.

No obstante, son muchos los expertos que apuntan a que el joven de Samos tuvo que viajar tanto por los territorios griegos, posiblemente con parada en Mileto, como por otras tierras. Parece especialmente probable que Pitágoras bebiera de las enseñanzas babilónicas y egipcias. Estas dos culturas contaban con aspectos que después veremos en el pitagorismo como la importancia de las matemáticas o la creencia en la reencarnación del alma.

De todos estos viajes, el protagonista de esta biografía volvió con una serie de ideas muy novedosas para la Grecia del momento. Es importante tener en cuenta que el desarrollo cultural que se produjo en pocos siglos en las costas griegas bebe de las antiguas culturas que hemos citado. Así, Pitágoras fue una de las claves para entender el progreso de la cultura helena.

El asentamiento de Pitágoras

Una vez terminada su formación, el célebre matemático griego tendría su lugar definitivo en lo que hoy es Italia y que entonces se conocía como la Magna Grecia. Aquí fundó una colonia que tenía mucho de escuela y no poco de secta religiosa, y es que, para Pitágoras, la filosofía, las matemáticas y la mística se daban la mano en una misma doctrina.

Lo cierto es que el pitagorismo creció de una forma inusitada en el territorio citado, aunque también fue llegando poco a poco a las principales ciudades griegas del momento como podía ser Atenas.

En sus avances científicos, los pitagóricos dieron con teorías muy detalladas acerca de los números primos y pares. Todo ello sin perder de vista el famoso teorema que tiene el nombre de nuestro personaje y que aún hoy se emplea para medir los lados de un triángulo rectángulo.

A esta tremenda actividad científica, sin precedentes en el mundo clásico, se le unió una intensa actividad política. Los pitagóricos consiguieron ascender en el poder en los lugares en los que la secta estaba presente, por lo que muchas de las enseñanzas del maestro se tornaron en realidad social mediante el mandato político.

La visión del mundo de Pitágoras

Si bien la matemática ocupó buena parte de los trabajos del de Samos, lo cierto es que este también dio forma a una cosmovisión que aún hoy llama la atención. Para empezar, Pitágoras fue el primero en relacionar la matemática y la música manteniendo que el universo emitía una melodía en su funcionamiento que no podíamos escuchar por la costumbre.

Para los pitagóricos, el universo estaba formado por diez astros. El diez era el número perfecto en las enseñanzas del maestro, por lo que forzaron la teoría para que se adaptara a esta creencia. De esta forma, todo el universo giraría en torno a una llama central y eterna, que no es el sol, y estaría compuesto por los planetas conocidos hasta entonces, el sol y uno más desconocido que recibía el nombre de antitierra y que completaba el número 10.

Al margen de esto, el pitagorismo desarrolló unas fuertes creencias religiosas. Pitágoras trajo al mundo clásico la creencia en la reencarnación de las almas. Posiblemente, esto se debe a sus viajes por Oriente, ya que la creencia era común entre pueblos como el babilónico.

No obstante, en Grecia también existía una corriente que mantenía esta postura: el orfismo. Esta también se dice que influyó a este matemático. Lo que es cierto es que Pitágoras desarrolló una teoría que daba cuenta del mundo, pero sin perder de vista todavía un pensamiento mítico y religioso que no se había perdido.

La muerte de Pitágoras

Con una larga vida a sus espaldas, el anciano Pitágoras tuvo que ver cómo la sociedad que había fundado era atacada. Esto lo llevó a trasladarse a la ciudad de Metaponto, donde muchos dicen que el sabio se dejó morir de hambre en torno al 475 a. C.

Por entonces, el matemático tendría más de 90 años, una edad increíblemente avanzada para lo que era la media de la época. La tumba de Pitágoras se expuso durante siglos en la ciudad de Metaponto, al menos esto es lo que recogen fuentes como el propio Cicerón.

Pese al ataque al que hemos hecho referencia, la secta sobrevivió y mantuvo aún su actividad y su influencia política. Tanto fue así que llegó a gobernar muchas de las ciudades de la Magna Grecia e influyó notablemente en la obra de otros grandes filósofos como Platón.

Sin duda, el legado pitagórico es inestimable. No tanto por su visión del mundo, sujeta a las limitaciones científicas de la época, sino más bien por sus avances en matemáticas. Pitágoras tiene que ser visto como uno de los grandes sabios de la antigüedad, uno de esos que fueron capaces de hacer que la civilización progresara de una forma no vista antes.