Manuel de Falla

La biografía de Manuel de Falla viene a presentar la figura de una de las estrellas indiscutibles de la música española de todos los tiempos. Manuel de Falla y la música española forman una pareja inseparable. Aunque el compositor gaditano nunca dejó de lado otras influencias procedentes de Europa que tuvieron mucha importancia en su vida.

Los años de formación

El compositor español Manuel de Falla nació en la gaditana Plaza de Mina en 1876 como el primer hijo de un matrimonio de burgueses bien situados. Pronto la familia crecería con varios hijos más. Pero fue Manuel el que demostró tener unas dotes musicales que compartía con su madre.

Esta, pianista y amante del repertorio clásico europeo, fue la primera que advirtió el talento del niño y se dedicó a su formación. En un principio, Manuel tocaba con ella. Pero pronto empezarían a desfilar por el domicilio gaditano una serie de profesores de piano, solfeo o armonía que irían dando forma a las buenas maneras que apuntaba el pequeño.

Cádiz se le quedaba pequeño al talento musical del artista, por lo que tuvo que partir hacia Madrid para estudiar en el conservatorio de la capital. Sus maestros fueron José Tragó y Felip Pedrell, figuras que continuaron afianzando los conocimientos del joven y que lo formaron también en ese folklore español que jamás desaparecería de la obra de Falla. Incluso en sus momentos de mayor esplendor.

Es más, las primeras obras de las que se tiene constancia de que fueron firmadas por Falla tienen forma de zarzuela. Un género que en la España de finales del XIX arrasaba entre el gran público. Sin embargo, obras como Los amores de Inés no se conservan totalmente hoy, por lo que no se puede tener experiencia directa de estas composiciones del músico gaditano.

Si Cádiz se le quedó pequeño al niño, Madrid tampoco colmaría la capacidad musical del joven Falla. Por eso, en 1907 parte hacia París, ciudad que a principios del siglo XX era el epicentro de la cultura europea en cualquiera de sus manifestaciones.

En la ciudad de la luz, Falla conocería y tendría relación directa con autores como Debussy, Ravel, Dukas y con el propio Albéniz. La influencia de este último es notable en las composiciones de esta época, algo que puede verse claramente en una obra como Noches en los jardines de España.

Esta dejaba ver un amplio interés por el clasicismo español, pero no renunciaba a esos toques impresionistas que estaban dominando la música al más alto nivel de Europa. Esta obra es la que supone el colofón de esa fase de formación de la que hemos venido hablando y la que haría que el compositor diese el salto a una nueva etapa, ya de madurez, que se desarrollaría de nuevo dentro de las fronteras de España.

 

La madurez de Falla

Terminado el periplo parisino que consolidaría sus primeros años de formación, Falla regresa a España en 1914. Se abre entonces uno de los grandes periodos de toda su carrera en lo que a fecundidad se refiere. Es importante tener en cuenta que el gaditano nunca fue un autor con una enorme cantidad de composiciones, aunque las que hizo tuvieron un impacto profundo que las ha hecho merecedoras de un gran reconocimiento.

Como decíamos, Falla vuelve a España en 1914 y en pocos años da forma a El amor brujo, El sombrero de tres picos y Siete canciones españolas para voz y piano.

La primera de ellas, El amor brujo, se estrena un 15 de abril de 1915 en el Teatro Lara de Madrid. La obra toma la forma de un ballet de un solo acto en el que se escenifica el ambiente de la brujería con la gitana Candelas como protagonista. La música bebe del cante jondo, del folklore andaluz y de las tradiciones gitanas, manteniendo esa raigambre española de la que Falla jamás se separaría.

Uno de los aspectos más curiosos de estos años fue la colaboración con Picasso. Esta se produjo en la puesta en escena de El sombrero de tres picos, y unió a dos de los genios españoles de principios del siglo XX. La obra, que se estrenó en Londres en 1919, fue escenificada por los Ballets Rusos de Diaghilev. Picasso fue quien diseñó los escenarios y los figurines, algo que le dio aún más importancia a la escenificación.

 

Los últimos años de Falla

Pasado el periodo de mayor popularidad o, al menos, de mayor actividad pública, Falla se concentró en la que él consideraba que debía ser su obra maestra. Y no hablamos de un periodo corto, ya que el gaditano se pasó los últimos 20 años de su vida dándole vueltas a la cantata escénica La Atlántida.

Esta obra se inspiraba en un poema de Jacinto Verdaguer que siempre había obsesionado a Manuel de Falla. En él, el compositor veía reflejadas todas sus preocupaciones espirituales y filosóficas. Falla se planteó la obra como un testamento musical y como un homenaje a la cultura cristiana y Mediterránea, dos de los pilares de su obra.

Sin embargo, la Guerra Civil lo sorprendió en plena composición de la misma. Ante el ambiente bélico que comenzaba a dominar al país por completo, Falla decide partir al exilio y pone rumbo a Argentina. No volvería jamás a España, ya que la muerte lo sorprendería en 1946 en la ciudad de Alta Gracia.

Su obra La Atlántida no pudo ser terminada por las manos del compositor gaditano y su finalización recaería en uno de los discípulos más queridos del genio: Ernesto Halffter. Al menos, el sueño de ver representado su testamento musical pudo cumplirse pese a que Falla no estuviese ya vivo.

Los restos de Manuel de Falla descansan hoy en la Catedral de Santa Cruz de Cádiz, y el teatro más importante de la ciudad lleva su nombre. Todo para dar reconocimiento a uno de los grandes genios de la música española de todos los tiempos. A un artista que marcó tanto la cultura nacional como la europea.