Sacerdocio en el cine

Son malos tiempos para el sacerdocio. Más, si cabe, si es dibujado por la ficción contemporánea, que hereda todos los pecados, valga la paradoja, con los que este gremio ha sido vinculado en los últimos años. No por ello algunas representaciones son menos brillantes, como lo demuestran los retratos de estos ministros de Dios que han firmado autores como Paolo Sorrentino –El joven Papa es una maravilla— y Nanni Moretti –Habemus Papam es deliciosa.

La figura del cura, personaje recurrente en la literatura, ha formado parte de la historia del cine desde sus comienzos. Esencialmente como pastor o guía, como guarda confesor, como puntal de la fe y la moral. También como héroe inesperado, como nos demostró Mel Gibson en su última película: Hasta el último hombre; o como superviviente que vivió la fe en silencio, como nos mostró Martin Scorsese en la sensacional Silencio; ambas protagonizadas por Andrew Garfield.

A continuación, y aprovechando que el ciclo «Tutti al cinema!» le dedica espacio a este rol, elegimos los hombres de fe más relevantes del séptimo arte.

Jeremy Irons en La misión

Cómo olvidar esta película; cómo olvidar la música de Ennio Morricone, firmante de una de las diez mejores partituras de la historia del cine. El filme de Roland Joffé, un clásico entre los clásicos, nos sitúa en un contexto que parece que el cine ha preferido dejar en la sombra: el proceso de evangelización occidental de los nuevos mundos –Asia y en este caso Sudamérica. Joffé dirige este filme lleno de épica, de violencia pero también humanidad. Una maravilla.

Paul Dano en Pozos de ambición

Todo en el filme de Paul Thomas Anderson es sórdido e incómodo. Y el personaje de Paul Dano, un predicador que utiliza primero la palabra y después la palma de su mano, no iba a ser manos. Su final ejerce de parábola. No hay nada que pueda con la ambición, ni siquiera la fe, más si esta es artificial y responde a intereses. La interpretación de Dano, como la de su partener Daniel Day-Lewis, es absolutamente descomunal. Hablamos de 2008, dos años antes se presentaba con Pequeña Miss Sunshine. Una década después es uno de los grandes actores de Hollywood.

Sean Connery en El nombre de la rosa

Ayer, a propósito del artículo sobre libros malditos, os hablábamos del Guillermo de Baskerville que encarnó Sean Connery. En El nombre de la rosa tenemos una interesante ramificación del sacerdocio: la búsqueda de la verdad. En esta ocasión, como una suerte de detective que deberá encontrar la luz en una abadía del norte de Italia, donde varios abades han sido asesinados. El fanatismo sistemático será la causa. La ignorancia fue una enfermedad que se cobró tantas vidas como la peste bubónica.

Robert Mitchum en La noche del cazador

Otro superclásico. Con un gran actor como estandarte: Robert Mitchum, que da vida a Harry Powell, un falso reverendo con problemas de esquizofrenia que buscará con ahínco el dinero que consiguió y escondió tras un atraco, y que intentará recuperar al salir de la cárcel. Para llegar a ello, entrará en una vorágine de violencia y muerte, donde no hay espacio para la compasión, aunque de niños se trate. Es una de las grandes películas de siempre, que hay que ver al menos una vez en la vida.

El antepenúltimo mohicano

@eamcinema | Park City, Utah.

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