Las esenciales de Michael Winterbottom

¿Recuerdan a Atom Egoyan? El director de El dulce porvenir (1997) irrumpió a finales de los 90 dentro del circuito de festivales para convertirse en una tendencia que perduró algo menos de una década. Su estilo marcó una época dentro del panorama autoral y contagió la obra de cineastas posteriores. Un período, por otro lado, con fecha de caducidad porque de la misma manera que apareció salió de la primera línea a medida que sus películas se volvían más discursivas –y marginales narrativamente. El realizador israelí representa ese paradigma de cineasta maldito pero también tiene algo de one-hit-wonder, ese concepto anglosajón de flor de un día que también se da dentro del aparentemente exclusivo cine de autor.

Quizá de forma no tan radical, a ese grupeto de realizadores que florecieron durante un corto espacio de tiempo se podían añadir profesionales como Amos Gitai, Frank Darabont, Behn Zeitlin o Michael Winterbottom. En el caso de este último, más que de one-hit-wonder tendríamos que hablar de cineasta de tendencia. El británico se convirtió en un clásico instantáneo de la cinefilia a principios del nuevo siglo. Formaba parte habitual de la pléyade de autores que competían por la Palma de Oro del Festival de Cannes, obtuvo un Oso de Oro y firmó incluso una obra de culto como 24 Hour Party People (2002). En 2008 consiguió la Concha de Plata a la mejor dirección del Festival de San Sebastián por su largo Génova. Desde entonces, pese a que no ha dejado de hacer películas, ha ido perdido fuerza tanto en el panorama internacional como en el local.

Si entendemos que el cine de Loach, como el mensaje de sus propuestas, ha ido perdiendo fuerza dentro de esta corriente neocapitalista, directamente el cine de Winterbottom ha pasado de moda. Poco importa el formato, si ficción o documental, en la segunda década del siglo XXI Winterbottom simplemente desapareció. ¿Para no volver? Lo dudamos. Echando un vistazo a sus primeros filmes cuesta pensar que un autor aún joven (61 años) no vuelva por sus fueros. A continuación, una muestra.

Jude, 1996

Quinto largo de su filmografía (si contamos dos tv-movies de Thames). Adaptación de la novela homónima de Thomas Hardy que tiene como gran valor a una colosal (y jovencísima) Kate Winslet. El filme relata el intento de un campesino de cambiar su vida a través de los libros. Gracias a ellos llega un matrimonio extinto antes de tiempo pero que, a la vez, le abrirá la puerta a un nuevo amor: la Jude del título.

Wonderland, 1999

Una gran película que encajaría a la perfección en los tiempos actuales. Retrato de emancipación femenina representado por tres hermanas que sobreviven como pueden en la capital británica. Nadia, Molly y Debbie intentan mantener sus puestos de trabajo pese a la alienación, el desencanto y los sueldos precarios. También pese a unas parejas que les forzaron a tomar caminos no deseados. Wonderland compitió por la Palma de Oro del Festival de Cannes, en plena efervescencia creativa del director de Blackburn.

In this World, 2002

Ganadora del Oso de Oro de la Berlinale en 2002. Cuento moderno sobre la migración desde Oriente a Occidente representado por dos adolescentes que conviven en un campo de refugiados en Peshawar, Pakistán, que sueñan con vivir en Londres. Para ello comienzan un viaje lleno de paradas y sobre todo peligros y tentaciones. Una cinta sencilla pero honesta y sutilmente emocionante.

24 Hour Party People, 2002

Obra de culto. Quizá la gran película de su filmografía, que fortaleció el vínculo con su actor fetiche. Steven Coogan nunca estuvo mejor en esta recreación de la fundación, auge y caída de Factory Records, el sello que dio cobijo a finales de los 70 a grupos como Joy Division, New Order y Happy Mondays. Coogan da vida a un cazatalentos y promotor musical que tiene una aspiración: convertir a Mánchester en la capital mundial de una música que, como pueden imaginar, resulta esencial en el metraje firmado por el realizador británico.

El antepenúltimo mohicano

@eamcinema | Park City, Utah.

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