Celebrando a Bardot

Justo hace una semana, hablábamos de una de las figuras esenciales del cine francés de los años 60: Anna Karina. Brigitte Bardot encaja en algunas de las descripciones que señalábamos de la musa de Godard, aunque su alcance fue aún mayor. Es lo que tiene convertirse en un mito erótico para un par de generaciones de europeos. Si Karina representaba el auge de un cine intelectual, Bardot era el reverso de todo ello, siempre encuadrada en las mismas coordenadas fílmicas. Su rotundo físico la encasillaban en papeles de femme fatale o de objeto-de-deseo-de.

Pese a las limitaciones implícitas, trabajó con los grandes directores franceses: Roger Vadim, Jean-Luc Godard, Louis Malle, Jacques Rozier, H.G. Clouzot, Michel Boisrond, René Clair y Claude Chabrol. Como le sucedió a Karina, su vida personal y sentimental erosionó su carrera, lastrando una trayectoria que fue decayendo con el paso de los años tras el fulgor inicial. Tampoco ayudaba la visión de una industria que veía a Bardot como un simple físico que explotar y que, una vez perdido el brillo de la juventud, poco tendría que ofrecer. En cierta manera, y salvando las distancias, la carrera de Bardot se asemeja a otra leyenda rubia del séptimo arte: Marilyn Monroe. Por suerte para la francesa, pudo gestionar su madurez y esquivar cualquier posibilidad de salida trágica.

Estrella en los 50 y 60

Brigitte Anne-Marie Bardot (París, 1930) llamó la atención del público y de la industria con su irrupción en Le trou normand (Jean Boyer, 1952). Ya casada con Roger Vadim, uno de los grandes realizadores de la época, se consagró con Y Dios creó a la mujer (Et Dieu… créa la femme, 1956), en la que encarnaba a una joven desinhibida que volvía locos a los hombres que la rodeaban. Como pueden esperar, el filme fue todo un éxito y la convirtió en una estrella para el universo masculino. A partir de ahí, llegaron portadas en revistas y se convirtió en objeto de culto por parte de la prensa sensacionalista. Paralelamente, su carrera fue creciendo. Su cumbre llegó con un papel El desprecio (Le mépris, 1963), del añorado Jean-Luc Godard. Pese a ello, nunca fue una actriz valorada más allá de su físicidad. La crítica no creía demasiado en sus aptitudes interpretativas y apenas tuvo reconocimientos en forma de premios. No figuran en su palmarés nominaciones a los César, los premios del cine francés, sí, empero fue candidata al BAFTA a mejor actriz foránea por su labor en Viva María (1965) y al David di Donatello por su rol en La verité (1960). También trabajó, aunque en menor medida, en Estados Unidos. Su película más reseñable es Acto de amor (Un acte d’amour, Anatoli Livak, 1954), junto a Kirk Douglas.

Icono de la cultura popular

Todo lo indicado anteriormente, unido a una presión mediática feroz, hicieron que Bardot se fuera retirando progresivamente a un segundo plano. Sin embargo, ella explotó y fue explotada de todas las formas posibles por una prensa que la necesitaba. En unos tiempos en el que destacaban las grandes estrellas del cine americano, Bardot, Karina y posteriormente Deneuve eran la contestación gala a la edad dorada de Hollywood. Bardot representaba esa carnalidad y erotismo, y a la vez hermetismo, de los que hizo gala Marilyn Monroe. Su alcance llegaba a todas las artes: la fotografía, la pintura y la literatura. Todas las mujeres querían ser Bardot y todos los hombres querían estar con Bardot. Poco importaba que tuviera o no carisma. Tenía la imagen.

La música es su voz

Mientras perdía estatus en la industria fílmica, Bardot se entregó a su pasión primigenia: la música. En su época se entendió como un canto de cisne que buscaba rentabilizar una fama basada en la superficialidad. Bardot quiso demostrar que había algo más que belleza. Y lo demostró, aunque su éxito fue relativo y también bastante caduco. Se convirtió en estrella de la canción tan rápido como desapareció de los sets de rodaje. Igualmente fue su retiro. De repente, nadie supo nada de ella. En su madurez mantuvo un perfil bajo con pequeñas participaciones en documentales y apariciones televisivas. Por otro lado, su imagen está ligada al activismo en favor de la supervivencia de las focas. Una lucha en la que sigue inmersa a día de hoy.

El antepenúltimo mohicano

Twitter: @eamcinema | Park City, Utah.

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