Palomares, el accidente nuclear más grave de España sin resolver

Palomares significa algo más que un punto de la geografía española. Es difícil mencionar esta localidad almeriense sin pensar en el accidente nuclear que marcó la historia de España: el accidente de Palomares. Es complicado desligarlo de las imágenes del entonces Ministro de Información y Turismo Manuel Fraga dándose un baño “seguro” en sus aguas.

En una España que vivía bajo la dictadura de Franco se produjo una “flecha rota”. Según la terminología militar estadounidense Broken Arrow significa accidente nuclear, y el sucedido en España está entre los 32 existentes según el Departamento de Defensa del país norteamericano.

Esto es lo que pasó en Palomares.

 

¿Cuál fue el contexto?

Corría el año 1966 y eso significa que el mundo vivía en plena Guerra Fría. Las amenazas entre Estados Unidos y la Unión Soviética se cernían sobre el otro de manera constante. Los servicios de inteligencia de ambos países tenían la maquinaria a pleno rendimiento. Los militares no se quedaban atrás; los planes de ataque o defensa estaban muy vivos. Aunque técnicamente no fue una guerra, el conflicto estaba alimentado principalmente por estrategias de prevención. Uno de estos movimientos estratégicos consistía en mantener de manera constante una flota de aviones volando alrededor de la frontera de la URSS cargados con armamento nuclear. Este programa fue bautizado como Chrome Dome y su fin era el de tener la capacidad de responder de manera inmediata a un posible ataque soviético.

 

Accidente nuclear en Palomares

Como parte de la misión, bombarderos B-52 Stratofortress volaban desde Estados Unidos. Tenían dos rutas principales, una que sobrevolaba el Círculo Polar Ártico y otra que lo hacía sobre el Mediterráneo, lo que incluía España.

El 17 de enero de 1966 dos aeronaves estadounidenses volaban sobre Almería, como era habitual, de regreso a su base en Carolina del Norte, Estados Unidos. Uno era un bombardero B-52 cargado con cuatro bombas termonucleares B28, el otro, un avión cisterna KC-135 que se disponía a reabastecer al primero. Al tratarse de misiones de tan largo recorrido, las naves requerían de repostaje en vuelo, y este coincidía con el sobrevuelo del sur de España.

 

 

Tal y como han relatado varios testigos, los dos aviones se aproximaban entre sí para realizar la maniobra y algo salió mal. El  avión cisterna se aproximó demasiado al B-52 e hicieron contacto. Aunque estos hechos no están totalmente demostrados, parece ser que el KC-135 comenzó a arder. En cuestión de segundos, cuatro de los tripulantes del bombardero se eyectaron. Los dos aviones, ya en llamas y desintegrándose, comenzaron a descender sin control. Las cuatro bombas nucleares con ellos.

Por entonces el mundo recordaba con terror y “como si fuera ayer” las explosiones de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Pues bien, las cuatro bombas que caían sin control sobre la localidad almeriense de Palomares tenían un poder de destrucción 60 veces mayor que las lanzadas sobre Japón. De detonar, gran parte del sur de España se borraría del mapa.

Finalmente, ninguna de las bombas hizo explosión. Una de ellas cayó en las aguas del Mediterráneo. Las otras tres impactaron contra el suelo.

Que no detonara ninguna de ellas no quiere decir que no se produjera contaminación. Aunque dos de las bombas quedaron intactas (una en tierra y otra en el mar) dos de ellas se desintegraron, provocando la detonación de gran parte del plutonio que contenían. Este, en forma de polvo, se dispersó por el terreno: cultivos y zonas urbanas incluidos.

 

¿Cómo se actuó tras el accidente?

A partir de ese momento, cuando las autoridades se pusieron en marcha, lo hicieron con dos objetivos diferentes. Uno, acudir a la zona para evaluar el accidente y limpiarla de restos radioactivos y otro, desinformar a los medios y a la población. El primer objetivo no se cumplió totalmente, el segundo funcionó perfectamente. Al menos durante un tiempo considerable.

Tras el accidente, el gobierno de Estados Unidos lanzó un dispositivo de búsqueda de los artefactos y limpieza de la zona. Envió a numerosos miembros de las fuerzas armadas con equipos de protección. La bomba caída en el mar preocupó especialmente. Esta preocupación no procedía de la posible contaminación, sino de su enemigo. Los soviéticos podrían acceder a la zona y tratar de recuperar el artefacto, secretos técnicos incluidos. Por ello se desplegó un dispositivo formado por decenas de buceadores, buques y minisubmarinos. Lo cierto es que, sin la ayuda del pescador local Francisco Simó Orts, la búsqueda hubiera sido mucho más complicada e incluso infructuosa. Simó, que más tarde se le acabaría conociendo como “Paco el de la Bomba”, había sido testigo de cómo la bomba se había precipitado al mar, y conocía el lugar del impacto con el agua. Gracias a sus indicaciones, el ejército estadounidense pudo hallarla 81 días después.

 

 

En cuanto a las bombas caídas en tierra, el ejército estadounidense junto con la Guardia Civil se encargaron de su recuperación. Parece ser que la Guardia Civil desarrolló su trabajo sin equipos de protección y bajo una falta de información considerable. Se recuperaron los artefactos y se limpiaron 25.000 metros cuadrados de terreno contaminado. La armada trasladó 1700 toneladas de tierra (1400 según el informe oficial) hacia Estados Unidos para su almacenamiento.

 

Comienza la campaña de desinformación

Además del dispositivo de recuperación y limpieza, otro se puso en marcha, el de la desinformación. Tanto el gobierno estadounidense con Johnson a la cabeza como el régimen franquista acordaron que lo mejor era no levantar preocupaciones y mantener a la población “tranquila”.

Esta campaña dejó una de las imágenes más recordadas de la historia reciente de España, la de Fraga bañándose en las aguas de la localidad. Para tratar de demostrar que las aguas de Palomares y sus alrededores eran seguras, el Ministro de Información, Manuel Fraga, junto con el entonces embajador de Estados Unidos en España se dieron un baño en las aguas de la playa de Quitapellejos. España vivía una especie de aperturismo hacia el exterior y el turismo comenzaba a ser una fuente de ingresos reseñable. El baño fue retransmitido por el servicio de información del régimen, el NO-DO: «Para demostrar que no existe peligro de radiactividad en esta zona costera se dan un buen baño, pues así lo permite la benignidad del clima a pesar del invierno. El embajador demuestra con los brazos abiertos que se está bien en estas aguas inofensivas. Y echa esta elocuente demostración, el ministro y el embajador nos dicen adiós a salir del agua”. Así contaban los servicios del NO-DO la demostración.

 

 

Pero esto no fue todo. Tanto el gobierno estadounidense como el español se encargaron de mantener en secreto todos los informes de lo ocurrido durante décadas hasta su desclasificación.

 

Secuelas en la zona de Palomares

55 años después de lo sucedido, han sido varias las noticias y acciones que han surgido alrededor. La ONG Ecologistas en Acción interpuso una demanda por desinterés e inactividad en la limpieza de Palomares. Esta fue desestimada por la Fiscalía General del Estado en 2016.

En 2010 el gobierno de Estados Unidos, que hasta entonces había mantenido la colaboración con España en el seguimiento de la zona bajo el Proyecto Indalo, decidió retirar sus fondos. El gobierno español, a través del CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) consiguió de nuevo financiación de EE. UU. para desarrollar un mapa radiológico en 3D de la zona. Los resultados fueron esclarecedores. La zona de Palomares aún se halla contaminada con restos de plutonio y americio. La zona debía limpiarse en profundidad, pero es algo que aún no ha sucedido. Por el momento los terrenos afectados se encuentran delimitados.

 

 

La Unión Europea estableció un ultimátum a España para informar sobre la contaminación nuclear real en Palomares. Este acaba a finales de 2021. Hoy Palomares sigue siendo la zona más radiactiva de España.