La toma de posesión de Andrew Jackson

El séptimo presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson (1767-1845) fue el primer candidato demócrata en ocupar la Casa Blanca, y fue también el responsable de la fiesta más descontrolada que nunca ha tenido lugar en la residencia presidencial.

Jackson ganó las elecciones de 1828 siendo senador de Tennessee, su tierra natal. Se impuso al republicano John Quincy Adams por el 56% de los votos frente al 43% (en total, votaron apenas 1.148.018 personas: solamente 24 estados formaban parte por entonces de los Estados Unidos). El viaje hacia la Casa Blanca, rodeado de miles de seguidores, duró tres semanas, primero en barco de vapor hasta Pennsylvania y luego en carruaje hasta Washington, adonde llegó con todos los honores.

El General Jackson, tal y como era conocido, era un héroe nacional desde que, al mando de la milicia de Tennessee, derrotó al ejército británico en la Batalla de Orleans de 1812. Su popularidad, pues, garantizaba un elevado nivel de asistencia a la fiesta de toma de posesión, que en Estados Unidos siempre se había vivido (y se vive todavía) como un gran acontecimiento nacional.

Una fiesta desmadrada

Hasta entonces, solamente unos cuantos elegidos, los que recibían la invitación, podían asistir a la fiesta del nuevo presidente en la Casa Blanca. Sin embargo, Jackson, entusiasmado por el clamor popular, quiso invitar al pueblo y dispuso la celebración en el exterior del ala este del edificio del Capitolio, donde juró su cargo. A las 10 de la mañana del 4 de marzo de 1829, la multitud ya llenaba el espacio, y cuando Jackson salió a darles la bienvenida, estalló en aplausos y gritos. Tras jurar como séptimo Presidente de los Estados Unidos, montó a lomos de un caballo blanco y se dirigió a la Casa Blanca, no sin antes invitar a los allí presentes a que se unieran a la fiesta.

“Granjeros, caballeros, hombres, mujeres y niños, blancos y negros acompañaban al presidente”, relató un testigo. El “rey mob”, apodo que recibió por congregar multitudes, había conseguido su objetivo. Sin embargo, la fiesta se le fue de las manos.

El público asistente a la fiesta irrumpió en masa en el interior de la Casa Blanca, destrozando a su paso porcelanas, jarrones y alfombras, subiéndose a las mesas y los sofás con las botas llenas de barro. El presidente, temiendo por su seguridad, escapó por una ventana y se escondió en un hotel.

El público fue dispersado de la residencia presidencial con ingentes cantidades de ponche de naranja y licor, que se sirvieron en los jardines para que la gente saliera de la vivienda. Fue la fiesta más desmadrada que se vivió en la Casa Blanca y, por ello, una de las más recordadas.