“¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!” Ilse Koch: la sádica nazi

La aparente redundancia del título se deshincha cuando se conoce la historia de una de las peores autoras de los capítulos del horror nazi: Ilse Koch. “La zorra de Buchenwald”, “La loba de Buchenwald” y unos cuantos apodos más de la misma índole fueron los que se ganó esta mujer. Aunque en realidad podrían ajustarse más a una descripción que a un apodo en sí.

Fue la mujer de Karl Koch, el oficial nazi al frente de varios de los campos de concentración nazis y su historia está repleta de sangre, sadismo y episodios confeccionados por la más enfermiza cara del ser humano.

 


La esposa y madre se convirtió en una atroz torturadora


 

Ilse Koch nació en 1906 en la ciudad de Dresde y según todas las investigaciones su infancia y su juventud fueron aparentemente normales. Observando sus primeros años hubiera sido muy difícil de vislumbrar en qué se convertiría tiempo más tarde. A los 15 años abandonó los estudios y trabajó en varios lugares como una fábrica o una papelería. Fue en este último trabajo en donde comenzó a simpatizar con las ideas nacionalsocialistas y a tener contacto con miembros del partido. Parece ser que durante este tramo de su vida empezó a florecer una de sus aficiones desenfrenadas: el sexo. Mantuvo relaciones con numerosos miembros de las SS, gracias a lo cual, junto a su fuerte personalidad, consiguió un puesto como secretaria del NSDAP en 1932.

 

 

 

A partir de aquí, los acontecimientos dirigieron su vida hasta llegar a ser un miembro destacado dentro de la red de campos de trabajo y concentración nazis. Heinrich Himmler, el máximo responsable de las SS y la Gestapo, eligió a Ilse Kohler (por su apellido de soltera) para que contrajera matrimonio con Karl Koch, quien era entonces coronel de campo de Sachsenhausem. Y así fue. Tras la boda en 1936, se trasladaron a Buchenwald en 1939, en donde se hallaba un de los campos de exterminio más grandes construido por los nazis. Allí, y durante los primeros años, se dedicaron a cumplir sus obligaciones de paternidad a los que les obligaba el partido, teniendo 3 hijos. Después comenzó la barbarie, dando Koch rienda suelta a las atrocidades más encarnizadas que uno se pueda imaginar.

 

Campo de concentración de Buchenwald (Alemania)

 

La esposa y madre se convirtió en una atroz torturadora y asesina de internos, utilizando técnicas de tortura medieval y, en algunos casos, llegando a encargar reducción de cabezas de algunos fallecidos para ostentarlos como trofeos en su casa. Una de sus aficiones más terribles era seleccionar presos que llevaran un tatuaje en su piel para extirparla y hacer diferentes objetos con ellas. Entre ellos se contaban lámparas y encuadernaciones.

Numerosos testigos relataron que “la zorra de Buchenwald” gustaba de pasear por el campo propinando latigazos a todo aquel que se le antojara, usando una fusta con cuchillas de afeitar en sus cintas para multiplicar el daño y el sufrimiento de la víctima. Su esposo Karl ya había sido brutal en sus etapas anteriores en otros campos, y las atrocidades cometidas por ella quedaban impunes aunque no pasaban desapercibidas. Hasta los propios oficiales de Buchenwald sentían miedo de ella.

 


Koch no pudo soportar la presión y gritó “¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!”


 

El matrimonio mandó construir en las cercanías del campo una nave destinada a ser un “centro de recreo” para ella, y allí mantuvo relaciones sexuales con numerosos oficiales de Buchenwald e incluso con sus esposas. Informes médicos posteriores afirmaron que padecía de ninfomanía. Además, entre otras excentricidades, ordenaba traer vino de Madeira para bañarse con él. Un hecho que se podría contar también entre otra de sus atrocidades, puesto que a unos cientos de metros los prisioneros morían de inanición. Sin contar que los armarios de su casa estaban repletos de ropa y complementos de lujo.

Otros testigos contaron que en ocasiones se situaba en la entrada del campo, semidesnuda. Cuando los presos llegaban ella se mostraba en actitud lasciva con ellos, de tal manera que si alguno de ellos le miraba fijamente, ordenaba que le propinaran una paliza, en ocasiones hasta la muerte.

Los campos de concentración ya eran extremadamente duros de por sí, pero el de Buchenwald se convirtió en uno de los peores debido al sadismo impune de Koch. Llegó a instruir a otras mujeres esposas de oficiales nazis en sus actos de violencia extrema y a confeccionar los terribles objetos de tejido humano. Estos comenzaron a ser utilizados como obsequios para cargos de alto rango y llegaron a ser regalos en Berlín.

 

Ilse Koch es sentenciada a cadena perpetua por el General Emil C. Kiel.

 

Cuando en 1945 la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin con la entrada de los soviéticos en Berlín, las tropas aliadas, en concreto el ejército estadounidense, desmanteló el campo de Buchenwald, que fue documentado en vídeo por el cineasta Billy Wilder. (Advertencia: las imágenes son de extrema dureza)

 

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Ilse Koch fue detenida y condenada a cadena perpetua, aunque posteriormente se le redujo la condena a cuatro años de prisión, causando sorpresa y estupor en la sociedad. En 1951, el general de Estados Unidos Lucius D. Clay le concedió la libertad basándose en una supuesta insuficiencia de pruebas. Durante el mismo año volvió a ser detenida y condenada en un juicio en el que los testimonios de más de 200 testigos y las pruebas presentadas fueron especialmente duros. “Tatuajes adornan las bragas de Ilse. Yo los había visto en el trasero de un gitano en mi barracón”, declaró el prisionero judío Albert Grenovsky.

A pesar de haber cometido cerca de 5000 crímenes, el veredicto de la Corte fue el siguiente: “un cargo de incitación al asesinato, un cargo de incitación a la tentativa de asesinato, cinco cargos de incitación al maltrato físico severo de los presos, y dos de maltrato físico. Ilse Koch, condenada a cadena perpetua con trabajos forzados en la prisión de mujeres de Aichach”

Durante el juicio, Koch no pudo soportar la presión y gritó “¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!” A lo largo del proceso, se presentaron diversas pruebas de sus atrocidades como las pieles tatuadas, lámparas y cabezas reducidas:

 

El ejército americano muestra objetos realizados con restos humanos.

8 de julio de 1947, Ilse Koch testifica en su defensa durante el juicio.

 

A los 67 años, y después de escribir una nota que rezaba: “no hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación”, Ilse Koch se suicidó en prisión utilizando las sábanas de su cama para ahorcarse.