El origen del fuego olímpico

Cada cuatro años la estampa se repite. El fuego olímpico llega al estado sede de los Juegos Olímpicos para darlos por inaugurados y dar paso a las competiciones. Durante meses antes de ese momento la llama recorre parte de la geografía entre Grecia y el país anfitrión hasta que llega el momento estrella.

La llama olímpica conmemora el robo del fuego a los dioses por parte de Prometeo, para posteriormente entregársela a los mortales. Desde que se crearon los Juegos Olímpicos Antiguos (que datan del año 700 a.C.), se mantenía un fuego permanentemente en las sedes dónde se realizaba.
Extinguida esta tradición durante siglos, volvió a encenderse para los JJ.OO. de 1928 en Ámsterdam forzado por el diseño de su estadio olímpico. Este contaba con un gran pebetero para indicar a la humanidad que allí se estaban realizando los Juegos. Sin embargo toda la parte romántica se pierde ya que el fuego no procedía de Olimpia, sino que fue un trabajador de la compañía del gas el encargado de dotar de fuego al pebetero.

Tuvo que ser en Berlín 36 cuando el presidente del Comité Organizador, Carl Diem, dio con la idea de hacer un relevo del fuego por medio de antorchas para acabar en el Berliner Olympiastadion. Más de 3840 antorchas se utilizaron en los 3187 km de recorrido entre Olimpia y Berlín. Desde entonces esta tradición se extendió al resto de sedes posteriores, mejorando las antorchas y aguantando intentos de apagado. Hoy en día los pebeteros cuentan con un sistema que ni un viendo fuerte puede apagar la llama y en caso de que lo hiciera, siempre hay un fuego de emergencia para volver a encenderlo.

Actualmente todo está más que medido. La llama pasa de Olimpia a Atenas y de ahí a la sede según el recorrido aprobado por el COI dónde tendrá que recorrer los monumentos más característicos.

A lo largo de los años se han dado recorridos históricos como el relevo de la paz de Londres 48 tras recorrer una Europa rota por la guerra. En 1968 la llama que iluminó los JJ.OO. de México siguió el recorrido seguido de Cristóbal Colón como una metáfora de la unión de América y Europa.
Pero sin duda, el encendido más emocionante que todos recordamos es el de Barcelona 92, cuando el arquero paralímpico Antonio Rebollo lanzó la flecha desde el interior del estado directamente al pebetero dando por inaugurados uno de los mejores Juegos Olímpicos de la Historia.