El descubrimiento del Bosón de Higgs

La física de partículas no se estudia de la misma manera desde el 4 de julio de 2012. Ese día, varios científicos del CERN (la Organización europea para la investigación nuclear ) confirmaron la existencia del bosón de Higgs, una teoría que el científico británico Peter Higgs había formulado en 1964 pero que nunca se había podido probar. La confirmación de la existencia de este bosón fue, en palabras del presidente del Instituto de Física de Reino Unido, Peter Knight, “tan importante para la física como el descubrimiento del ADN lo fue para la biología”.

Peter Higgs tenía 35 años cuando, mediante complejos cálculos matemáticos, llegó a la conclusión de que debía existir una partícula que confirmara una de las incógnitas del modelo estándar de la física de partículas: cómo interactúan unas con otras. Higgs demostró matemáticamente que existe un campo, el campo de Higgs, en el que las partículas interactúan en función de su masa. Este campo permea todo el espacio, es decir, el Universo, y confiere su masa a las partículas gracias al bosón de Higgs, cuya existencia se demuestra por la manera en que interactúa con las demás.

El trabajo de Higgs fue publicado en varias revistas científicas como una teoría, porque la ciencia no disponía de las herramientas adecuadas para demostrarla. Higgs tuvo que esperar 50 años a que se construyera el colisionador de hadrones más grande jamás visto: el LHC (Large Hadron Collider), ubicado en el CERN. Los experimentos realizados en este acelerador de partículas permitieron demostrar, en un 99%, que dicha partícula existía y actuaba tal y como Higgs había predicho. Era el 4 de julio de 2012.

¿Una partícula divina?

El descubrimiento del bosón de Higgs causó un gran impacto en la comunidad científica internacional. Por fin se había confirmado una teoría que llevaba medio siglo siendo investigada y que había sido un quebradero de cabeza para muchos físicos. Uno de ellos, Leon Lederman, llegó a llamarla “la maldita partícula” (the goddamn particle). Fue una mala transcripción de este adjetivo la que acabó por hacerla famosa: pasó a llamarse “la partícula de Dios” o “partícula Dios” (the god particle), un nombre que a Higgs nunca le hizo mucha gracia pero que contribuyó a popularizar el descubrimiento.

Peter Higgs recibió en 2013 el Premio Nobel de Física por el hallazgo junto a François Englert, quien contribuyó a desarrollar la teoría en los años 60.