En la mente de la víctima: sobreviviendo a la extrema violencia

Existen numerosos estudios que analizan la mente y los comportamientos de los asesinos, pero menos tinta se ha utilizado para analizar y describir el punto de vista de la víctima.

 

Son varios los especialistas que consideran el miedo a la violencia entre personas como una fobia inherente a todos los humanos. Esto explicaría que nuestro cerebro esté preparado para afrontar situaciones de extrema violencia como puede ser un intento de homicidio.

 

EL CEREBRO CONTRA EL ATAQUE

 

Diferentes mecanismos de defensa se ponen en marcha cuando se es víctima de un ataque violento, ya sea un intento de homicidio, un secuestro o una violación. Estos pueden ser:

 

  • Huida
  • Confrontación
  • Parálisis
  • Solicitud de auxilio

 

 

 

Estudios realizados a supervivientes de ataques de extrema violencia demuestran que estos desarrollan trastornos de estrés postraumático (TEPT) que a su vez pueden desencadenar en otros problemas futuros.

 

Según explica al diario La Nación la psicóloga Birgit Pfitzer “existen evidencias de que las situaciones traumáticas de violencia acarrean problemas de salud posteriores: la víctima de violencia frecuenta más a menudo las consultas médicas, se realiza más cirugías y tiene mayor número de síntomas somáticos. No se puede medir hasta qué punto estas afecciones son orgánicas, pero los datos son lo suficientemente relevantes como para tenerlos en cuenta”.

 

 

EFECTOS NEGATIVOS

 

Está demostrado que sufrir más de un ataque violento produce un efecto acumulativo en el cerebro. La víctima superviviente puede sufrir afecciones como debilitación del sistema inmune, desarrollar fobias y paranoias, así como reacciones propias del TEPT: ansiedad, ira, rabia, vergüenza, miedo, depresión, problemas para conciliar el sueño y además sueños recurrentes en el que se revive el suceso.

 

 

 

Si lo sucedido ha ocurrido dentro de un entorno conocido, la víctima puede perder la referencia de seguridad que este ofrece y experimentar sensación de inseguridad y desconfianza dentro de su propia casa, calle o barrio.

 

Estos efectos suelen superarse en un periodo de entre 30 días y algunos meses desde el ataque. Si se prolongan más tiempo o son muy agudos debe tratarlos un especialista.