Patrick Wayne Kearney

En el año 1940 nace en Texas uno de los asesinos en serie más peculiares de la década de los 70 en la costa Oeste de EEUU. A pesar de sumar unas 28 víctimas mortales confesas repartidas a lo largo de una autovía de California, consiguió conmutar la pena de muerte por cadena perpetua.

Una vida atípica para un asesino en serie

El asesino de la autovía, como se le conocería por su meticuloso modus operandi, tuvo una infancia aparente y paradójicamente normal, muy alejada de los patrones familiares de la mayoría de los asesinos en serie.

Se ha llegado a escribir que su madre imprimió en él terrores infantiles a través de su fanatismo religioso y que su padre, alcohólico, cometía frecuentes actos de violencia contra Patrick. Lo único contrastado y que alguna vez pudo levantar sospechas de su destino fueron las burlas y mofas que sufrió de niño por su complexión física, de aspecto enfermizo. Estas forjaron un carácter retraído y vengativo, hasta el punto de confesar querer matar a los causantes de su humillación.

Ya adulto, Kearney siempre fue un hombre inteligente y estudioso. Se tituló en ingeniería y trabajó en una empresaproveedora de las fuerzas aéreas estadounidenses. A pesar de habérsele diagnosticado un trastorno de la personalidad, su comportamiento no mostró en aquel entonces signos de psicopatías graves.

La autovía al infierno

Después de un breve matrimonio, conoce a David Hill, con el que iniciaría una vida en común llena de conflictos. Los celos y las constantes disputas dieron el pistoletazo de salida a la nueva carrera criminal que nuestro protagonista estaba por emprender y que le convertiría en uno de los asesinos en serie más sanguinarios de la década de los 70. De hecho, el detonante de sus asesinatos serían las discusiones con su pareja. 

Tras las violentas discusiones, y de forma sistemática, Kearney salía de casa y se dirigía a la autopista con el fin de recoger a autoestopistas a los que disparaba en la cabeza y con los que mantenía relaciones sexuales necrófilas. Posteriormente, descuartizaba a sus víctimas y las introducía en bolsas de basura que iría dejando a lo largo de la carretera o en el desierto.

Crímenes y emociones a gran velocidad

Su deseo de sodomizar y asesinar fue aumentando a gran velocidad, había pisado el acelerador de su instinto criminal. Tras su primera víctima, un joven homosexual de 21 años en abril de 1975, repitió el mismo patrón de forma compulsiva y psicopática durante dos años, asesinando a sangre fría e inesperadamente. Todos sus objetivos eran jóvenes homosexuales que pertenecían a la comunidad Gay de Los Ángeles.

Un asesino aparentemente cooperante

Otro rasgo que demuestra su forma de actuar es la sensación de estar por encima del bien y el mal y, por lo tanto, de la Ley. Esto le hacía desestimar el riesgo de ser capturado de la misma forma que mostraba una apatía total al llevar a cabo su ritual sangriento, sin tener precaución a la hora de no dejar evidencias. Parecía no querer despistar a la policía. Mataba, practicaba necrofilia, descuartizaba y culminaba su trabajo recogiendo los restos en una bolsa de basura como si de algo rutinario se tratara, dejando un señuelo a lo largo de la carretera.

En marzo de 1977 su última víctima rompió con el modus operandi del asesino de la basura. En este caso Kearny no tuvo que ir en busca de un nuevo objetivo, sino que fue la propia víctima de 17 años la que llamó a su puerta preguntando por David, ausente en esos momentos (y con el que mantenía relaciones sexuales). El asesino lo invitó a sentarse a ver la televisión mientras esperaba y tras unos minutos le disparó en la cabeza, lo descuartizó y se deshizo de la bolsa de basura siguiendo con su frío método de psicópata calculador.

Al poco tiempo la policía se presentó en su domicilio, alertada por varios amigos del menor asesinado que habían identificado la casa del criminal como su último paradero. La actitud de serenidad y cooperación de Kearney junto con su capacidad de engaño parecían servirle de escondite. Sin embargo, había dejado evidencias materiales sobre los cuerpos.

Marcha atrás frente al precipicio

Kearney y David se convirtieron en sospechosos de asesinato, pero antes de ser detenidos huyeron y se escondieron en El Paso. Sin embargo, al poco tiempo y conscientes de ser apresados en breve, decidieron regresar a California para entregarse voluntariamente en la comisaría de Riverside. Kearney confesó sus crímenes, eximiendo de toda responsabilidad a su pareja, y colaboró con la policía en la búsqueda de los cuerpos. De los 28 declarados, solo se hallaron 21.

El asesino confesó matar por placer y dominación, pese a que sus víctimas no pudieran contemplarlo ni sentirlo, ya que morían antes de ser sodomizadas. Sus impulsos descontrolados por someter y humillar posiblemente se deban a un egocentrismo desmedido y un resentimiento paranoide ante la posibilidad de que su víctima pudiera estar burlándose de él o, sencillamente, no lo admirara. Reminiscencia, todo ello, de su sufrimiento juvenil y mezcla con su perfil inseguro.

Sentencia encadenada

En diciembre de 1977, el asesino de la basura – o de la autovía -, fue condenado a cadena perpetua. Lo único que le libró de la pena de muerte fue el pacto de confesión de todos sus crímenes y la
instauración de la pena capital en California solo después de que el homicida cometiera sus crímenes.